“Creio que a literatura argentina é a mais forte do continente.” Milton Hatoum em entrevista à revista do jornal (argentino) “Clarín”. Será que tem alguém aí disposto a discordar? (Ah, mas que Pelé foi maior que Maradona, foi!)
Veja a entrevista na íntegra retirada do site do jornal Clarín:
Milton Hatoum: “No estamos más en tiempos de Balzac”
Es uno de los escritores más importantes del Brasil. Dueño de una poética cosmopolita, aquí dice que “muchos textos posmodernos no son creíbles porque no son convincentes”.
POR Rodolfo Edwards
HALTOUM. Hijo de inmigrantes libaneses, su literatura mezcla el cuento árabe y la tradición europea. |
Con cuatro novelas en su haber y un reciente libro de relatos cuyo título es A cidade ilhada ( aún sin traducción al castellano), el escritor brasileño Milton Hatoum es uno de los más importantes narradores de la literatura brasileña contemporánea y se ha transformado en un verdadero boom editorial: sus libros ya llevan vendidos en Brasil más de 200.000 ejemplares y fue traducido en varios países como Estados Unidos, Francia, Italia y España. En la Argentina, la editorial Beatriz Viterbo publicó dos de sus obras: Relato de un cierto oriente (2006) y Dos hermanos (2007).
Nacido en Manaos, en plena Amazonia, su padre era un inmigrante libanés que se casó con una brasileña cristiana también de origen libanés. La mezcla de culturas, lenguas y lugares en el periplo de personajes en constante movimiento dotan a la literatura de Hatoum de un sabor único, donde se enlazan la tradición oral del cuento árabe con las literaturas europeas y latinoamericanas. Destinos, memorias, olvidos envuelven a sus criaturas en un poético patchwork cosmopolita. Su novela Dos hermanos actualmente está siendo filmada para una mini serie de la señal brasileña O’Globo.
¿Cómo fueron sus primeros pasos en la literatura? En 1978 publiqué en libro de poemas llamado Amazonia, un río entre ruinas , título que anticipaba el desastre ecológico, ya en el año 1978. Yo sabía que con los primeros proyectos “grandiosos” de los militares como la Transamazónica, tarde o temprano la floresta sería destruida. Después, mientras estudiaba arquitectura en San Pablo, escribía cuentos pero después los tiré todos. En esa época yo imitaba mucho a los escritores que me gustaban: Faulkner, Machado de Assis, Jorge Luis Borges. Yo no tengo nada contra la imitación... el filósofo Walter Benjamin decía que la imitación es “un atributo superior del ser humano”. Pero uno debe encontrar su propia voz, lo que Céline llamaba la petit musique , la musiquinha (musiquita). En diciembre de 1979 obtuve una beca para irme a Madrid; pensaba quedarme cuatro meses y me quedé cuatro años. Luego me fui a París y estuve tres años. Allí empecé a escribir mi primera novela, Relato de un cierto oriente [que en la Argentina también publicó Beatriz Viterbo]. Tardé nueve años en escribirla. La empecé en el año 1980 y la publiqué en 1989, pero fueron cinco años de escritura. Me fue muy bien con esta novela porque fue publicada por una buena editorial y ganó el Premio Jabuti, un premio muy importante en Brasil, que se entrega desde hace cincuenta años. Para una primera novela no está nada mal. La primera novela es siempre un desafío, yo quería encontrar la voz “narrativa” y alejarme del Brasil. Eso fue muy importante.
¿Irse de Brasil le dio una nueva perspectiva? Sí, para la imaginación es mejor alejarse para ver mejor. La memoria tiene que ver con el tiempo y cuanto más lejano, mejor. Por eso no es relevante escribir sobre el pasado reciente. Borges decía que el olvido es parte de la memoria; Clarice Lispector también decía algo al respecto: “uno sólo puede acordarse de lo que nunca existió”. Esto es lo que pasa en la literatura: nunca el recuerdo es muy nítido o preciso, es algo un poco nebuloso, sin contorno.
¿Cómo influyó su ascendencia libanesa en su obra? A finales del siglo XIX, en la época del boom del caucho, mi abuelo llegó a Brasil. Fue muy importante la cultura de mis abuelos. Yo escuchaba varias lenguas desde niño. El hecho de saber que existían otras lenguas, que no estaba solamente la propia, que había “otros” en el mundo, me marcó profundamente. Mi abuelo hablaba mucho de la travesía que implicaba la inmigración desde un oriente muy lejano y aquellos relatos de los años que trabajaron en el río Amazonas, para mí era como escuchar Las mil y una noches . En mi casa mi abuelo hablaba árabe y mi abuela, árabe y francés, pero el francés le gustaba mucho más, como a todas las cristianas libanesas. Mi abuelo siempre le decía: “¡Hablá en tu lengua!” y ella le respondia: “ oui, d´accord ” (risas).
¿Qué importancia tiene la experiencia para un escritor? La experiencia es fundamental para la literatura. Cuando no hay experiencia, no hay literatura. En el lenguaje la experiencia aparece como verdad, eso la buena literatura lo puede transmitir. Muchos textos posmodernos no son creíbles porque no son convincentes.
En sus novelas tienen mucha importancia las situaciones familiares.
Sí. Los dramas familiares están en el origen de la novela del siglo XIX. En Faulkner, en Flaubert, en cuentos de Borges como “Emma Zunz” o “La Intrusa”. Shakespeare, los griegos... todos hablan de la familia. Lo que traté de hacer en mis novelas es expandir el drama y evocar los dramas de mi país.
¿Cuáles son sus influencias literarias? La literatura hispanoamericana me gusta mucho. Tuve la suerte de tener un gran profesor en la USP (Universidad de San Pablo), Davi Arrigucci Júnior, quien escribió un ensayo sobre Julio Cortázar llamado “El alacrán atrapado, la poética de la destrucción en Julio Cortázar” que fue muy leído en Brasil. Davi me hizo conocer la mejor literatura argentina: Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Adolfo Bioy Casares... todos esos grandes escritores argentinos. Yo creo que la literatura argentina es la más fuerte del continente. Por esos años también leí a Felisberto Hernández, a Juan Carlos Onetti, a Juan Rulfo que fueron muy importantes en mi formación como escritor.
¿Y de la literatura brasileña? Gran Sertón: Veredas de Joao Guimaraes Rosa. Es la novela con más inventiva en lengua portuguesa y quizás de la literatura latinoamericana. Esto lo sabía Rulfo, lo sabía Cabrera Infante Tiene una trama muy compleja, llena de voces. Ese sertón profundo es el “mundo”. Cuando vivía en Francia, mis amigos me decían: “es imposible escribir después de Proust, de Celine, de Flaubert. Bueno, yo digo que es imposible escribir después de Guimaraes Rosa, de Machado de Assis. Es que hay monstruos sagrados, gente increíble; es difícil escribir ante esta tremenda tradición, por eso yo trato de no publicar mucho: he publicado cinco libros en veinte años. El otro día leí que un escritor brasileño había escrito ¡60 novelas! Pero no estamos más en tiempos de Balzac.
Nacido en Manaos, en plena Amazonia, su padre era un inmigrante libanés que se casó con una brasileña cristiana también de origen libanés. La mezcla de culturas, lenguas y lugares en el periplo de personajes en constante movimiento dotan a la literatura de Hatoum de un sabor único, donde se enlazan la tradición oral del cuento árabe con las literaturas europeas y latinoamericanas. Destinos, memorias, olvidos envuelven a sus criaturas en un poético patchwork cosmopolita. Su novela Dos hermanos actualmente está siendo filmada para una mini serie de la señal brasileña O’Globo.
¿Cómo fueron sus primeros pasos en la literatura? En 1978 publiqué en libro de poemas llamado Amazonia, un río entre ruinas , título que anticipaba el desastre ecológico, ya en el año 1978. Yo sabía que con los primeros proyectos “grandiosos” de los militares como la Transamazónica, tarde o temprano la floresta sería destruida. Después, mientras estudiaba arquitectura en San Pablo, escribía cuentos pero después los tiré todos. En esa época yo imitaba mucho a los escritores que me gustaban: Faulkner, Machado de Assis, Jorge Luis Borges. Yo no tengo nada contra la imitación... el filósofo Walter Benjamin decía que la imitación es “un atributo superior del ser humano”. Pero uno debe encontrar su propia voz, lo que Céline llamaba la petit musique , la musiquinha (musiquita). En diciembre de 1979 obtuve una beca para irme a Madrid; pensaba quedarme cuatro meses y me quedé cuatro años. Luego me fui a París y estuve tres años. Allí empecé a escribir mi primera novela, Relato de un cierto oriente [que en la Argentina también publicó Beatriz Viterbo]. Tardé nueve años en escribirla. La empecé en el año 1980 y la publiqué en 1989, pero fueron cinco años de escritura. Me fue muy bien con esta novela porque fue publicada por una buena editorial y ganó el Premio Jabuti, un premio muy importante en Brasil, que se entrega desde hace cincuenta años. Para una primera novela no está nada mal. La primera novela es siempre un desafío, yo quería encontrar la voz “narrativa” y alejarme del Brasil. Eso fue muy importante.
¿Irse de Brasil le dio una nueva perspectiva? Sí, para la imaginación es mejor alejarse para ver mejor. La memoria tiene que ver con el tiempo y cuanto más lejano, mejor. Por eso no es relevante escribir sobre el pasado reciente. Borges decía que el olvido es parte de la memoria; Clarice Lispector también decía algo al respecto: “uno sólo puede acordarse de lo que nunca existió”. Esto es lo que pasa en la literatura: nunca el recuerdo es muy nítido o preciso, es algo un poco nebuloso, sin contorno.
¿Cómo influyó su ascendencia libanesa en su obra? A finales del siglo XIX, en la época del boom del caucho, mi abuelo llegó a Brasil. Fue muy importante la cultura de mis abuelos. Yo escuchaba varias lenguas desde niño. El hecho de saber que existían otras lenguas, que no estaba solamente la propia, que había “otros” en el mundo, me marcó profundamente. Mi abuelo hablaba mucho de la travesía que implicaba la inmigración desde un oriente muy lejano y aquellos relatos de los años que trabajaron en el río Amazonas, para mí era como escuchar Las mil y una noches . En mi casa mi abuelo hablaba árabe y mi abuela, árabe y francés, pero el francés le gustaba mucho más, como a todas las cristianas libanesas. Mi abuelo siempre le decía: “¡Hablá en tu lengua!” y ella le respondia: “ oui, d´accord ” (risas).
¿Qué importancia tiene la experiencia para un escritor? La experiencia es fundamental para la literatura. Cuando no hay experiencia, no hay literatura. En el lenguaje la experiencia aparece como verdad, eso la buena literatura lo puede transmitir. Muchos textos posmodernos no son creíbles porque no son convincentes.
En sus novelas tienen mucha importancia las situaciones familiares.
Sí. Los dramas familiares están en el origen de la novela del siglo XIX. En Faulkner, en Flaubert, en cuentos de Borges como “Emma Zunz” o “La Intrusa”. Shakespeare, los griegos... todos hablan de la familia. Lo que traté de hacer en mis novelas es expandir el drama y evocar los dramas de mi país.
¿Cuáles son sus influencias literarias? La literatura hispanoamericana me gusta mucho. Tuve la suerte de tener un gran profesor en la USP (Universidad de San Pablo), Davi Arrigucci Júnior, quien escribió un ensayo sobre Julio Cortázar llamado “El alacrán atrapado, la poética de la destrucción en Julio Cortázar” que fue muy leído en Brasil. Davi me hizo conocer la mejor literatura argentina: Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Adolfo Bioy Casares... todos esos grandes escritores argentinos. Yo creo que la literatura argentina es la más fuerte del continente. Por esos años también leí a Felisberto Hernández, a Juan Carlos Onetti, a Juan Rulfo que fueron muy importantes en mi formación como escritor.
¿Y de la literatura brasileña? Gran Sertón: Veredas de Joao Guimaraes Rosa. Es la novela con más inventiva en lengua portuguesa y quizás de la literatura latinoamericana. Esto lo sabía Rulfo, lo sabía Cabrera Infante Tiene una trama muy compleja, llena de voces. Ese sertón profundo es el “mundo”. Cuando vivía en Francia, mis amigos me decían: “es imposible escribir después de Proust, de Celine, de Flaubert. Bueno, yo digo que es imposible escribir después de Guimaraes Rosa, de Machado de Assis. Es que hay monstruos sagrados, gente increíble; es difícil escribir ante esta tremenda tradición, por eso yo trato de no publicar mucho: he publicado cinco libros en veinte años. El otro día leí que un escritor brasileño había escrito ¡60 novelas! Pero no estamos más en tiempos de Balzac.
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